Está claro que no vivimos en un mundo feliz. Y que tampoco lo alcanzaremos en el futuro. Toda utopía es irreal porque lo real es la libertad, la posibilidad siempre aprovechada de meter la pata, de estropear las cosas. De ahí que la utopía sólo es posible sobre el papel, pues si quiere ser real ha de serlo sobre la tumba de la libertad.
Si se hubiera pasado del dicho al hecho, el mundo feliz de Huxley habría sido insoportable; la Utopía de Moro habría sido un gigantesco monasterio, como lo fue la Ginebra de Calvino; y la República de Platón habría sido un vasto cuartel, como lo han sido los países comunistas. La dificultad consiste en contestar a una compleja cuestión: ¿qué es lo mejor, quién decide qué es lo mejor, y cómo se implanta ese régimen justo y benéfico que sólo tiene ventajas? Platón, como tantos otros hasta Marx, vio que las cosas no funcionaban. Marx escribió El Capital para combatir el Capitalismo salvaje. Platón escribió la República porque no pudo soportar los efectos perversos de la democracia: ni la democrática muerte de Sócrates ni la Guerra del Peloponeso democráticamente perdida. Pero la República no es un mundo feliz, es un estado cuasi policial donde se alcanza el triunfo de la justicia al precio demasiado elevado de la rigidez y el autoritarismo. Quizá porque Platón ha sufrido en sus carnes el precio igualmente elevado de la injusticia.
Hay que asegurar la justicia para que no se repita un proceso como el de Sócrates, donde una asamblea popular es engañada por profesionales de la demagogia política. Hay que impedir la posibilidad de tiranías y oligarquías como Los Treinta Tiranos, que violaron todas las normas y rebasaron todos los límites del desgobierno. Y, sobre todo, no se puede facilitar a los ciudadanos el abuso de la libertad. Porque la tendencia a ese abuso es connatural al hombre, tal y como nos narra el extraordinario mito de Giges, un humilde pastor al servicio del rey de Lidia.
La dificultad consiste en contestar a una compleja cuestión: ¿qué es lo mejor, quién decide qué es lo mejor, y cómo se implanta ese régimen justo y benéfico que sólo tiene ventajas?
Cuenta el mito que sobrevino un terremoto y se abrió la tierra donde Giges cuidaba sus rebaños. Descendió por la grieta y descubrió entre otras maravillas, un cadáver con una sortija de oro en la mano. La tomó para sí y salió. Cuando se reunió con los demás pastores, giró por casualidad la sortija, dejando el engaste de cara a la palma de la mano; e inmediatamente cesaron de verle quienes le rodeaban, y con gran sorpresa suya comenzó a hablar de él como de una persona ausente. Giró nuevamente el anillo y tornó a ser visible. Repitió la operación varias veces y comprobó que efectivamente la joya tenía aquel poder. Entonces se fue al palacio del rey, sedujo a su esposa, atacó y mató con su ayuda al soberano y se apoderó del reino.
Platón sabe que, en posesión de ese anillo, pocas personas serían capaces de mantener una conducta justa. El mito de Giges quiere hacernos ver que nadie es justo por propia voluntad sino por obligación. Y esa obligación sin concesiones, esa mano dura, esa disciplina cercana a la militarización de la vida civil es lo que Platón trata de vendemos en la República esa construcción de legisladores clarividentes que imponen su idea de felicidad colectiva guillotinando las libertades individuales.
Extracto del libro: Desfile de modelos
José Ramón Ayllón: http://www.jrayllon.com/
Texto enviado por: Sandy Genao
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Para conocer:
Queridos amigos y amigas, para que vean que no sólo los latinoamericanos somos desconocedores de 99 por ciento de muchas cosas.
¿Son los americanos estúpidos? (Subtitulado)
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